“Si esas paredes hablaran”

I

 ¿Dónde carajos está mi café? – gritó George en dirección a la cocina

Samantha tembló de pies a cabeza al escuchar el grito de su pareja, estaban juntos desde hacía ocho meses, aunque ella se había mudado con él tres meses atrás; de cualquier forma, en ese tiempo había aprendido que cuando George gritaba así era mejor no responder o la cosa se pondría peor, pero era su culpa, si ella hubiera hecho el café más rápido él no se hubiese enojado y no tendría que estar escuchándolo gritar y golpeando la yema de sus dedos contra la mesa nerviosamente. 

– Enseguida, mi amor – respondió ella

Él respondió con un gruñido, y Samantha tembló de nuevo, sabía lo que se venía; salió de la cocina con la taza en sus temblorosas manos y se acercó a él, le dejó la taza en la mesa y le dio un beso.

George gruñó y la besó casi con asco, estaba enojado porque la idiota de su mujer había demorado en preparar su café y él debía irse a la oficina; y por su culpa ahora tendría que ir apurado; y odiaba ir apurado.

Dio un sorbo a su café, estaba caliente, demasiado caliente; tanto que sintió su garganta quemarse al tragar.

– ¡Estúpida! – le gritó inmediatamente a Samantha, que se encogió en su asiento – ¡No puedes hacer nada bien! ¡Maldita estúpida!

Antes de que Samantha pudiese decir algo, la taza de café se estrelló contra la pared detrás suyo, poco más arriba de su cabeza, el café hirviendo le salpicó la cara y ella comenzó a llorar; George se levantó de la silla y la tomó por el brazo, la arrastró hasta la cocina y la lanzó al suelo, tomó una cuchara de madera del fregadero y comenzó a golpear a Samantha, que lloraba en el suelo e intentaba cubrirse de los golpes y patadas de George.

– Por fav… - dijo Samantha entre lágrimas, pero sus palabras fueron cortadas por una patada en las costillas que le quitó el aire.

La siguiente patada fue en el mentón, Samantha sintió su boca llenarse de sangre y perdió el conocimiento.

II

Samantha despertó y lo primero que vio fue una habitación blanca, sintió olor a alcohol, miró sus manos y vio la pulsera que indicaba que estaba internada en un hospital; estaba confundida y le dolía la cabeza.

– Pase – Dijo la mujer de la bata blanca, una doctora supuso Samantha

El oficial entró a la habitación y se acercó a Samantha.

– Quédese tranquila. Él no volverá a hacerle nada – le prometió.

Al principio ella no entendió a que se refería, lo miró perpleja, pero enseguida cayó sobre ella el recuerdo de todo y de porque estaba ahí. Se largó a llorar y la doctora le apoyó su cálida mano en el hombro.

– Es mi culpa – dijo Samantha entre sollozos. – Todo esto es mi culpa, tendría que haber hecho el café más rápido. – se secó las lágrimas y continuó - Él me quiere ¿Saben?; siempre es mi culpa… yo hago las cosas mal.

– No, no es tu culpa. – dijo la doctora y la abrazó – Es importante que sepas que nada de esto es tu culpa. Él está enfermo, él no te quiere, no te hubiese hecho eso si te quisiera. Nosotros te vamos a ayudar – le prometió.

– Si me lo permite, me gustaría hacerle algunas preguntas – dijo el oficial sacando una pequeña libreta de su bolsillo.

– Claro – respondió Samantha

Estaba confundida y le dolía todo el cuerpo, pero aun así pudo hablar, rompió el silencio en el cual se había mantenido desde hacía meses y contó todo al oficial, los gritos, los golpes, los celos… el horror.

Fue un largo proceso para Samantha a partir de ese momento.

La terapia le ayudo a entender lo que le había dicho la doctora, nada de lo que había ocurrido era su culpa, conoció a más mujeres en la misma situación; ellas le brindaron compañía y apoyo.

Y por primera vez desde que salía con George, Samantha fue libre.

M.I.V.

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